24/6/09

"Las Partículas Elementales" (Michel Houellebecq, 1998)




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Sin embargo, Michel Houellebecq trabaja, en esta ocasión, en una zona más extraña, donde el fascismo y el comunismo han interrumpido sus Apocalipsis por razones económicas y contradicciones internas, donde se arraigan las secuelas del Mayo Francés… Y en eso se esconde, tal vez, la clave que distingue Las Partículas Elementales de los relatos de Orwell y Huxley: la política temporal. Houellebecq no imagina el siniestro legado de nuestros gobiernos; representa el individualismo prehistórico de nuestra posteridad.
El marco cronológico de Las Partículas Elementales disuelve, en efecto, el lugar clásico de la auto-alabanza: no hay salvaje, rebelde o neohumano que se entrometa en el futuro para redimir nuestra decencia; no hay profecías maquinales ni apáticas (el hombre no va a salvar al hombre, y ya no importa lo que suceda en La Posibilidad de una Isla).
Estaríamos, pues, ante un texto que agolpa las identificaciones del lector en sus contemporáneos, garantizando su conmoción y empatía, por un lado; la comprobación de sus negligencias, por el otro. El autor manipula, nos promete un nivel de altruismo del que somos incapaces. Por eso, más que la fragilidad, el malestar o la incompetencia (que no faltan en la novela) la gran denuncia houellebecquiana es el cinismo posmoderno.
Sobre un fondo que diviniza la juventud; somete religiones e ideologías al pastiche; convence a las familias de su disfuncionalidad; y mercantiliza todo (sexo y modos de relación incluidos), se recorta el elenco: dos medio hermanos abandonados por su madre (una burguesa arrepentida, sexie y hippie) que se mantienen con vida mas de cuarenta años.
En Bruno y Michel, Houellebecq, además de invertir buena parte de su biografía, invierte el sello depresivo de una cultura a punto de pudrirse. Son seres que se definen por su obsesión (erotomanía y trabajo, respectivamente). No molestan. No introducen cortocircuitos en el sistema. Pero son, también, estados críticos, hay algo en esa modestia, en esos dramas que no tienen consuelo, que se vuelve trágico. Sabemos que la soledad, el frío y el silencio no solo son la medida del ser poscapitalista, sino, primordialmente, de la muerte.
En este sentido, la compasión que sentimos por los personajes más que a emoción suena a estafa, al intento desesperado de canjear sentimiento por esperanza… Se trata de una tautología, somos devueltos, así, a la transacción, al emblema de nuestra decadencia.
Imagino que la curiosidad del lector no podrá frenar sus impulsos de buena información. Recomiendo los siguientes sitios sobre Las Partículas Elementales:


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10/6/09

"Descanso de Caminantes. Diarios íntimos" (Adolfo Bioy Casares, 1975-1989)




No importa lo cerca que estén en el tiempo las entradas de su diario; siempre imaginé a Bioy Casares en blanco y negro. Hasta ahora, el problema había sido apenas un residuo fotográfico; teníamos derecho a desconfiar… Con Descanso de Caminantes, sin embargo, la versión monocromática se esencializa: basta que Bioy describa o nombre algo para que parezca no estar a la moda.
Buscar en la vejez del autor la razón de esta impresión sería, como mínimo, paradójico. Si sus diarios (entre 1975 y 1989) abordan una y otra vez las molestias evolutivas no es para certificar su consumación, sino para negarla (acaso los inventarios de calles, estancias, médicos y marcas ¿no demuestran la lucidez de su memoria?).
La impostura cronológica de Bioy Casares deriva, más bien, de cierta suspensión sobre el mundo: casi nada, comenta Alberto Giordano (2006), adquiere valor de acontecimiento, de aquello “que no puede olvidarse porque todavía no termina de ocurrir” (p.156). La intimidad (no por inconfesable) es sepultada bajo el desapego, y es probable que eso sea condición de lo remoto.
Sólo dos cosas escapan a la anestesia emocional: los sueños y las enfermedades (propias). Dos despotismos biorrítmicos que, curiosamente, coinciden con otra vocación del autor: el narcisismo.
En efecto, además de la tendencia retrógrada, los diarios de Bioy Casares (o la selección de Daniel Martino) son matriz de cierta auto-idolatría, aún cuando el saldo sea el desprestigio del resto de los mortales (niños, esposa, amantes, colegas, pobres) y un bazar de gruñidos.
Conforme a las condiciones, es difícil recomendar la lectura de Descanso de Caminantes, pero si, pese a todo, usted se suscribe a ella, recuerde las pecas y la literatura de su autor, no tardará en reconocer a un personaje de Lewis Carroll que siempre es más infantil y mas viejo de lo que el tiempo exige.