24/3/09

"Los Demonios de Loudun" (Aldous Huxley, 1952)


Mujeres al borde de un

Ataque de nervios

(Reflexiones a propósito de las posibilidades históricas y políticas que permiten pensar la posesión demoníaca a lo Aldous Huxley)


1631. Una apacible aldea francesa. Un párroco sensual y culto que no desea confesar a una pandilla ursulina. Un prontuario de soberbias, ambiciones y perversión. Algunos enemigos. Una priora Jeanne enamorada y vengativa. Un batallón de diablitos en los cuerpos de unas monjas. Algunas contorsiones. Algunas palabras sucias. Dos o tres exorcismos. Una denuncia. El mismo cura en un suplicio. Un etcétera arrepentido.

A simple vista, esto se parece al inventario que una comedia negra precisa para arrasar con la taquilla. Pero no. Los hechos y los personajes que pueblan el relato de Huxley (1952) formaron parte de la fantástica realidad.

Todo habría comenzado dos siglos antes; cuando el cristianismo explotó de furor misionero y empezó a tropezarse con sucesos un tanto extraños. Como introducción, la Brujería, para rematarla, la Posesión. Dos fenómenos excluidos de los límites que demarca el conformismo, dos desviaciones, dos sistemas de transgresión[1] frente a la colonización de la Iglesia.

La primera brota entre el siglo XV y el XVI junto a una pasión encarnizada por erradicar las zonas que, desde la Antigüedad, permanecieron anémicas de cristianismo. La segunda, en cambio, debe su escándalo no a la excentricidad sino al interinato: mientras la Brujería puede localizarse en espacios rurales, marítimos y montañosos, la Posesión es ebullición que surge en el seno mismo del campo religioso (en las instituciones eclesiásticas, en las ciudades), allí donde las nuevas tecnologías del Poder Pastoral (examen y dirección de conciencia, obediencia y confesión) insisten en instalar sus mandatos fonéticos.

Prototipo de todas las novelas venezolanas, la posesión cristiana involucra, en un polémico triángulo amoroso[2] – que se multiplica hasta el hartazgo- a los siguientes personajes:

  1. Satán, en el papel del malvado poseedor.
  2. El confesor (director espiritual o guía de conciencia), como el sagrado mediador capaz de fulminar las infecciones diabólicas.
  3. Y, la participación estelar del objeto en disputa, la posesa: una mujer religiosa que un buen día confiesa[3] estar inervada por el Espíritu del Mal y querer resistir sus tentaciones.

Por comodidades arquitectónicas, todos los episodios de la batalla transcurren en un escenario único: el cuerpo de la dama[4], espacio anfetamínico y especialista en todo tipo de alteridades, sobre el que fermentan agitaciones, temblores y descargas motrices.

La carne convulsionada pasa a ser una kermes de atractivos impredecibles (de allí los famosos y educativos exorcismos públicos) con lógicas que parecen soldadas por la paradoja. El cuerpo convulsivo es pura ironía: “es el cuerpo atravesado por el derecho a examen, es el cuerpo sometido a la obligación de la confesión exhaustiva y el cuerpo erizado contra ese derecho y esa obligación (…). Es el cuerpo que opone a la regla de la dirección obediente las grandes sacudidas de la rebelión involuntaria (…). Es el efecto de la resistencia de esta cristianización en el plano de los cuerpos individuales” (Foucault, 1975; pag. 199).

Si alguien se detiene por un segundo en el arrepentimiento del párroco durante el suplicio, en su oportuna humildad; o en las posteriores resurrecciones y milagros aceitosos de la priora Jeanne; todo parece indicar que la labor diabólica sobre el ser humano siempre acaba siendo un minucioso y deliberado equívoco, que en su voluntad de poder se filtra el fracaso, y el tipo termina arraigando, aún más, la Gloria de Dios. Pero la posesión (y sus resacas) se distrae de esta función predeterminada y acaba trabajando en otra dimensión… allí donde se desacredita el gobierno de la carne y no hay forma de amortiguar el golpe.

Es entonces cuando quedan vacantes las fórmulas anticonvulsivantes y el cristianismo se ve arrastrado a filtlear con tres grandes mecanismos empeñados en destripar la resistencia:

  • El primero es un moderador interno que consiste en condimentar la confesión y la dirección de conciencia con un toque de discreción. La proliferación discursiva obligatoria (la sexual) será sometida a maquillajes y vaciamientos estilísticos respecto a aquello mismo que se confiesa; será capturada por el principio de alusión: deberá decirse todo diciendo lo menos posible.
  • El segundo, es la transferencia externa, la que predomina en el discurso de Huxley: Es exactamente en la época de la posesión de Loudun que, en frenesí desculpabilizante, la Iglesia busca separar la carne pecadora de la convulsiva, aislar su campo de acción, purgar sus incidentes hacia otro registro discursivo, el médico (que mas tarde será, a su vez, corroído por el psicoanalítico).

Es verdad que durante los grandes episodios de Brujería los médicos se habían infiltrado en los campos mas influyentes del magistrado, pero, aunque se solidarizaron con el Parlamento y el poder civil, esto no sucedió con el clero. Sin embargo, en el paraíso de la Posesión, donde los miembros de las instituciones religiosas eran esa extraña mezcla de atributos divinos y diabólicos, la misma Iglesia alienta la intervención médica, la reclama, la precisa.

Suerte de salida de emergencia, la medicina asoma sus narices al gobierno de la carne, con toda la prudencia y la versatilidad que le era funcional: se dedica a deducir modos de accionar demonial que encajen, y no desmientan, la existencia de Belcebú. A fuerza de conjeturas humorales, vaporiles y nerviosas, la carne convulsiva logra autonomía e irreductibilidad a las técnicas de la Pastoral Cristiana…se convierte en objeto privilegiado de la medicina y en el estereotipo de la locura[5].

Lenta, aunque firmemente, la medicina irá despegándose del discurso religioso, y a medida que toma distancia, irá fagocitando la órbita creada y organizada por el Poder Pastoral: la carne sexualizada. Respetando el paradójico “tabú” que -supuestamente- siempre pesa sobre ella, la enquistará en el sistema nervioso –foco insomne del instinto y la concupiscencia-.

Pues, hay que admitirlo, el gran boom medicinal sobre la sexualidad empezó por allí, por la necesidad de un control a lo científico.

  • Por último, el mecanismo del transplante de las tecnologías de poder cristianas a nuevos ecosistemas irresistiblemente confesionales, irresistiblemente direccionales e irresistiblemente disciplinarios como un sistema educativo moderno.

Agradecimiento (o Referencias)

  • Comentarios sobre el ensayo de De certeau, M. Las poseídas de Loudun.
  • Foucault, M. (1962). Las desviaciones religiosas y el saber médico. En La vida de los hombres infames. La Plata: Altamira. (Varela, J. & Álvarez, Uría, F. trad., pag. 13- 20)
  • Foucault, M. (1975). Seminario: los anormales (Pons,H. Trad.). Buenos Aires: Fondo de cultura económica.
  • Huxley, A. (1952). Los Demonios de Loudun. Buenos Aires: Sudamericana.
  • Kramer, H. & Sprenger, J. (1448). El martillo de las brujas (Maza, F. trad.).



[1] “El sistema de transgresión (…) no coincide con lo ilegal o lo criminal, ni con lo revolucionario, ni con lo monstruoso o anormal, ni tampoco con el conjunto compuesto por la suma de todas sus formas de desviación, sino que cada uno de los términos lo designa al menos tangencialmente y , en ocasiones, permite reflejar en parte ese sistema que es, para todas las desviaciones, y para conferirles sentidos, su condición misma de posibilidad y de aparición histórica” (Foucault, 1962, Pag. 13)

[2] En cambio la Brujería suponía una regla de dos simple regulada por contrato.

[3] A diferencia de la bruja, la poseída no es una mala cristiana que debe ser denunciada, sino una fiel cristiana que espontáneamente admite relaciones con Belcebú.

[4] Satán gusta poseer espíritus débiles de voluntad y piedad, pues son más fáciles de convencer y manipular. En el puesto número uno del Top Tres de sus preferencias se encuentran las mujeres: porque “son más crédulas; y como el principal objetivo del demonio es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas (…). La segunda razón es que, por naturaleza, las mujeres son más impresionables y más prontas a recibir la influencia de un espíritu descarnado (…). La tercera razón es que tienen una lengua móvil, y son incapaces de ocultar a sus congéneres las cosas que conocen por malas artes y como son débiles, encuentran una manera fácil y secreta de reivindicarse por medio de la brujería (…). Pero la raz´n natural es que es más carnal que el hombre (…) (La palabra) Fémina proviene de Fe y minus, ya que es muy débil para mantener y conservar la fe.” (Kramer & Sprenger, 1448)

Le siguen en el ranking los melancólicos y, por último, los insensatos.

[5] Más tarde lo será de la histeria inaugural del psicoanálisis, y hablando del asunto, se aprovecha la ocasión para subrayar la herencia diabólica en los conceptos de instintos e inconscientes con los cuales Huxley suele machacar durante todo su ensayo.