Dicen los que saben que en tiempos de Pascuas no hay que
andarse con costumbres paganas, caso contrario le lloverá la mala suerte.
Imagínese usted que, justo para esa fecha, a alguien se le
ocurre regalarnos un voluminoso y
hermosamente decorado huevo de pascuas (o un libro llamado, digamos, El irresistible cuento de hadas. Historia
cultural y social de un género) ¡Fantástico, pero que regalo tan costoso! Habrá
que retribuir semejante delicadeza en estos días, pensamos… Y así de optimistas
y entusiastas nos abocamos a disfrutar de las sorpresas que prometen sus
envoltorios: cosas dulces, refinadas y divertidas;
energía; buen humor o “una teoría novedosa y provocativa sobre por qué se
crearon y reprodujeron (…) hasta convertirse en parte tan indeleble, e
infinitamente adaptable, de todas las culturas”. Pero inmediatamente al abrirlos
nos damos cuenta de que nos han engañado y el castigo por dedicarnos a
cuestiones profanas en tiempos sagrados no tarda en llegar: pues aunque el
chocolate o los relatos populares son exquisitos de por sí, resulta ser que
este tipo de obsequios se encuentran huecos por dentro, decepcionan con sus
sorpresas y, con suerte (si has hecho bien las cosas durante el año) tienen un
par de confites inofensivos.
Ustedes saben que no suelo hacer esto, pero por si acaso
esto merma mi penitencia, les advierto que ambos productos en cuestión son
caros y solo encontrarán en ellos un par de datos interesantes (por ejemplo-
refiriéndome al libro-: sobre la vida de
los recopiladores de cuentos, y algo acerca del papel de la mujer en las
culturas en cuestión, algo que tal vez no escape a las deducciones o
conocimiento de cualquiera). En fin no sé si pedirle perdón a Zipes y empresas
de chocolate por el enojo o exigirle a ellos una disculpa…
Ahora, como para ofrecerles al menos un placer: las ilustraciones de
Benjamín Lacome en Erase una vez… y Blancanieves