-->
Hasta ahora no había nada como el género futurista de los modernos para reconciliarse con nuestra pequeña servidumbre y celebrar la ternura del hombre. No hay dudas de que Un Mundo Feliz (Aldous Huxley, 1931) o 1984 (George Orwell, 1949) –por nombrar solo algunos- vienen acompañados de desplantes feroces; pero en el origen de esas denuncias se encuentra ese acting de espantos que es el Totalitarismo, el Estado amenazando fagocitar al individuo.
Sin embargo, Michel Houellebecq trabaja, en esta ocasión, en una zona más extraña, donde el fascismo y el comunismo han interrumpido sus Apocalipsis por razones económicas y contradicciones internas, donde se arraigan las secuelas del Mayo Francés… Y en eso se esconde, tal vez, la clave que distingue Las Partículas Elementales de los relatos de Orwell y Huxley: la política temporal. Houellebecq no imagina el siniestro legado de nuestros gobiernos; representa el individualismo prehistórico de nuestra posteridad.
El marco cronológico de Las Partículas Elementales disuelve, en efecto, el lugar clásico de la auto-alabanza: no hay salvaje, rebelde o neohumano que se entrometa en el futuro para redimir nuestra decencia; no hay profecías maquinales ni apáticas (el hombre no va a salvar al hombre, y ya no importa lo que suceda en La Posibilidad de una Isla).
Estaríamos, pues, ante un texto que agolpa las identificaciones del lector en sus contemporáneos, garantizando su conmoción y empatía, por un lado; la comprobación de sus negligencias, por el otro. El autor manipula, nos promete un nivel de altruismo del que somos incapaces. Por eso, más que la fragilidad, el malestar o la incompetencia (que no faltan en la novela) la gran denuncia houellebecquiana es el cinismo posmoderno.
Sobre un fondo que diviniza la juventud; somete religiones e ideologías al pastiche; convence a las familias de su disfuncionalidad; y mercantiliza todo (sexo y modos de relación incluidos), se recorta el elenco: dos medio hermanos abandonados por su madre (una burguesa arrepentida, sexie y hippie) que se mantienen con vida mas de cuarenta años.
En Bruno y Michel, Houellebecq, además de invertir buena parte de su biografía, invierte el sello depresivo de una cultura a punto de pudrirse. Son seres que se definen por su obsesión (erotomanía y trabajo, respectivamente). No molestan. No introducen cortocircuitos en el sistema. Pero son, también, estados críticos, hay algo en esa modestia, en esos dramas que no tienen consuelo, que se vuelve trágico. Sabemos que la soledad, el frío y el silencio no solo son la medida del ser poscapitalista, sino, primordialmente, de la muerte.
En este sentido, la compasión que sentimos por los personajes más que a emoción suena a estafa, al intento desesperado de canjear sentimiento por esperanza… Se trata de una tautología, somos devueltos, así, a la transacción, al emblema de nuestra decadencia.
Imagino que la curiosidad del lector no podrá frenar sus impulsos de buena información. Recomiendo los siguientes sitios sobre Las Partículas Elementales:
- Las Partículas Elementales (Dani Martínez).
- Elegía al Hombre. Michel Houellebecq (Rafael Martínez).
-->