Título Original: Vampyr - Der Traum des Allan Grey
Año: 1932
Fecha de
estreno: 6 de mayo de 1932
Nacionalidad: Alemania
Productora:
Coproducción Alemania- Francia
Director: Carl
Theodor Dreyer
Duración:
68 minutos
Sinopsis/reseña crítica: Es
difícil (casi imposible) resumir el argumento de Vampyr, la bruja vampiro: un forastero trajeado y cazamariposas;
una posada insegura; una aparición que deja mensajes y libros sobre vampiros;
una fábrica abandonada que desborda sombras diacrónicas; un médico siniestro;
una vieja ciega que comprende gesto y muerde feo; una mansión; un
padre-aparición asesinado; dos chicas en peligro; la percepción de un vivo que
va en ataúd a su propio funeral; una especie de ángel-mayordomo que clava
estacas; un malvado enterrado en harina; el cruce de un río; una pareja de la
mano que vuelve a casa… todo al estilo mudo y con la inoculación tardía –siempre
a destiempo- de sonidos.
Vampyr, la bruja vampiro no es una película americana ¡y se nota! ¿Por qué?
Pues porque está onírica. Se nota que Dreyer hizo el film para alterar los
cánones narrativos y no para satisfacer la eficacia deductiva de los
espectadores. Sino no habría algo tan ignominio – y desconcertante- como una
noche espectral a pleno sol ¿Cómo va uno a tener miedo si está como de día? El
caso es sencillo: es la ley-pesadilla: demasiados símbolos, condensaciones,
desplazamientos, líneas de fuga, mutaciones y desfasajes instalados siempre a
mitad de camino entre el desastre y el disparate.
Suerte,
entonces, de pequeño manual ilustrado para psicoanalistas, lo que vemos en la
pantalla es inestabilidad pura y magistralmente controlada; inestabilidad que suspende
la lógica en la idiotez más lúcida: la que se siente cuando (de súbito) uno se
toca, reconoce que está ahí (mirando una película sin ton ni son) y de pronto,
de golpe, las leyes que gobiernan el universo nos son aberrantemente
desconocidas.
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