Se podrían haber conocido antes. En algún concurso escolar sobre cultura. En 1959, en Trafalgar Scquar, donde coincidieron –ignorándose- junto a otras veinte mil personas decididas a prohibir los bombardeos.
Se podrían haber casado un año después. En 1963, cuando en Inglaterra todos los milagros de la promiscuidad comenzaban a enmohecer la culpa. El tiempo llegó demasiado tarde no sólo para Larkin. Llegó impuntual para Edward y Florence; cuando de su noche de bodas quedaba lo irreparable, la condición trágica de la revolución impensada, la piel sin estreno, el reembolso de los regalos…
A Freud le hubiese sido fácil, o al menos original, otorgar a los personajes de Chesil Beach los prestigios sintomáticos de cualquier victoriano. La reacción, hoy, suena lógica. Hecha a imagen y semejanza del sentido común es, también, interesante.
Quizá al suspender los hechos en un instante-bisagra (1962) McEwan no pretenda campear la moral puritana: sus rituales, sus catástrofes… sino resucitar el costado siniestro de nuestra retrospectiva.
Con siglo y medio de Darwin al ojal y más de cuarenta años de sexo, droga y rock and roll, parece costumbre confundir la posteridad cronológica con superioridad erótica, sanitaria y discursiva. No son sólo juicios amalgamados. Quiero que se entienda bien la situación. Es un acto de respaldo y conformismo: su arte consiste en vanagloriar los tapujos que supimos levantar, las verdades que creímos encontrar… en satisfacernos… en hacernos mejores. Es un gesto a contratiempo, que nada dice de la rebelión de Florence (resistencia que atraviesa tanto el pasado como el presente, y con el que no hace falta estar de acuerdo) y todo, en cambio, de nuestra alineación.
Todo el mundo –occidental- sabe cómo corromper la timidez. Hay películas, prácticas electrónicas o inflables, pastillas, manuales, ratones, zonas desoladas, inmuebles, antiguas profesiones, divanes, ovejas… Lo que se ignora por completo es cómo sortear la saturación de estímulos; cómo clausurar las demandas cosméticas y de consumo; cómo olvidarse de las obligaciones posturales… Cómo hacer de la sexualidad el espacio extra-ceremonial por excelencia: un lugar de intimidad, de pura anarquía, donde la actuación y la moda sean reemplazadas por el desenfreno. Cómo hacer propio un deseo después de dedicar años a expropiarlo. En otras palabras: cómo pensar otras formas de libertad.
¿Por qué burlarnos de Florence? ¿Para conmemorar nuestra esclavitud? ¿Por qué no ver en el respeto por el deseo –propio y ajeno-, en los fundamentos de su amor libre, una voluntad de sublevarse mucho mas honesta que nuestros alardes voluptuosos?
· “Madame Bovary ha muerto” (entrevista a Jesús Ruiz Mantilla, Babelia)
· “Ian McEwan en Chesil Beach” (Eduardo Mendoza, Babelia)
· “Chesil Beach” (Miguel Lodeiro)
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