10/9/16

LA MOMIA (Karl Freund, 1932)


En 1932, envalentonada por la hemorragia de imaginación, intriga, miedo y merchandisig gratis que estaban provocando las dos docenas y medias de muertes asociadas (a veces a la fuerza) con el descubrimiento de la tumba de Tut- Ankh- Amun, La Universal volvió a contratar a Boris Karloff y (con una mezcla artesanal y tóxica de algodón, goma, arcilla, colodión y vendas de lino ácidas y horneadas) lo transformó en un Sumo sacerdote egipcio que resucita después de 3700 años.
Convencido que “la muerte es el umbral de la nueva vida. Vivimos hoy y viviremos de nuevo. (y) volveremos en muchas formas”, Imphotep (así se llama la momia que ya no está maquillada) hace que los arqueólogos británicos recuperen los restos materiales de su amada de entre la arena; consigue dar – hipnóticamente- con la mujer que porta su alma e intenta arrebatarle su contemporaneidad en nombre del amor eterno.

Aunque es la primera producción terrorífica sin base literaria, el resto de la película es la hermana gemela de Drácula (1931): el no-muerto que sale de su ataúd, gente que enloquece ante su presencia (manifestando como síntoma la risa), un par de muertes que ratifican la peligrosidad del monstruo, una mujer que se vuelve una trastornada/sensual, un científico que sabe explicarlo todo, un director que ofició de fotógrafo en su antecesora y, por supuesto, un amuleto infalible que aniquila al protagonista negativo para que la parejita heterosexual pueda ser feliz.

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