A simple vista
(valga la redundancia) esta película lo que precisa es una visita urgente al
oftalmólogo.
En principio
porque mientras la Real Academia Española (2014) denomina legión a un “número
indeterminado y copioso de personas, de espíritus, y aún de ciertos animales”,
sus traductores o son tan humildes que 5 les parece “copioso” o sufren
mltipoplía, la afección visual que consiste en percibir varias imágenes de un
solo obsjeto.
Siguiendo por
los fondos de ojos que, cada dos por tres, se clava el hipnótico Bela Lugosi
(el monstruo del film, como no podía ser de otra manera)
Y rematándola con los trastornos de enfoque más
desorbitantes. Una pareja americana es invitada a Haití para contraer
matrimonio en los lujosos aposentos de un casi total desconocido. El anfitrión
está tan evidentemente enamorado de la dama que con tal de tenerla es capaz de
venderle el alma (la de ella y la propia) a un zombie blanco escoltado por dos
pares y medio de autómatas a quienes -después de una muerte breve y un hechizo
vodoo- se sumará Madeleine (la protagonista). Mientras tanto el desconsolado
marido y un misionero americano que conoce el ambiente desde hace treinta años,
descubren el trasfondo del asunto y tiran por la borda – de un precipicio- los engranajes
de la brujería.
En efecto, todo
parece hacer foco en un drama privado y romántico; y sin embargo sobre su
fondo, difuso, destellan algunas claves: tener, contrato, transacciones,
hombres blancos sin alma alfas, muertos vivientes negros a quienes “hacen
trabajar en los campos y en las refinerías de azúcar” (min. 5.00): Haití: esa
es la clarividencia del film: insinuar (no se sabe si consiente o
intuitivamente) el rol histórico de primera magnitud que ha cumplido “la esclavitud
afroamericana en América Latina –y muy en particular en el área del Caribe y
las Antillas- (…) en la conformación de lo que Immanuel Wallerstein ha
denominado economía- mundo, o bien (más ampliamente) sistema- mundo capitalista moderno. (… Cómo) ha sido uno de los
factores centrales que hicieron posible la emergencia de lo que suele llamarse
la “Modernidad” europea occidental, por supuesto desde un punto de vista
económico-social (…) pero también político-cultural
ya que – en el contexto amplio de la administración colonial por parte de las
metrópolis- contribuyó a la “racionalización” (…) de los grandes Estados Nacionales
y su organización legal-burocrática, así como a la construcción de una “identidad”
cultural europea definida en relación a un(os) Otro(s) radical(es), y en este
caso particular a la negritud
africana: esto incluye (como contracara “negativa”) la generación de la forma
específicamente moderna del racismo, en tanto ideología
justificadora orientada a “disolver” la contradicción entre la explotación de
fuerza de trabajo esclava y los
ideales modernos de libertad individual” (pág. 33). Algo acerca de lo que el
lector interesado podrá convencerse (o no, eso depende) si se remite a La
oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución, el magistral
texto de Eduardo Gruner (2010) del que se escapó esta cita.
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