12/10/09

“Un lugar llamado Oreja de Perro” (Iván Thays, 2008)




Conocemos dos hábitos del trauma. Uno es la amnesia, ese olvido que no se opone al pasado sino que lo sustituye por un vacío anestésico y conmemorativo. El otro es la porfía del recuerdo en su supuesta plenitud.

La novela de Thays no subestima ni pasa por alto estas costumbres. Hay, para el primer caso, un hombre que pierde la memoria y aprende chino luego de matar a su esposa e hijo en un accidente vehicular. Y, para el segundo, una Comisión de la Verdad que difunde testimonios del terrorismo en el Perú de los ´80 y reparte dinero a campesinos de la zona más golpeada.

Como prueba el número de páginas que les dedica (aproximadamente 26/ 224) coquetea con ellos, los nombra, los orilla y, finalmente, nunca los detona. Acaso ¿debería sucumbir ante la inepcia del velo y la reproducción?

Es cierto que los héroes de Un lugar llamado Oreja de Perro son seres traumatizados: un periodista que perdió a su hijo y fue abandonado, después, por su mujer; la joven embarazada (¿por violación?) que habla con los ángeles y es hija de desaparecida. Pero, mientras el género psicológico los predispone a agolparse en el troupe de las víctimas, ellos prefieren otra cosa… Hay algo en el formato de sus memorias y de sus olvidos, una modestia, una audacia –mucho más productiva y mucho menos tolerable para la consciencia- que se resiste a la ajenidad y a la distancia de aquello que les abruma.

Y es que lo que en verdad le interesa a Thays no es la justicia para el herido (supongamos que el periodista encuentre un buen amor, el violador extravíe su miembro o los restos insepultos de la madre sean hallados) sino la responsabilidad en el uso del trauma y su materia prima, o mejor: el anuncio de su posibilidad.

Mientras el mal gusto de algunos freudianos planee sobre la figura del trauma, grupos e individuos seguirán abusando de sus ventajas, purificándose en la tranquila pose del damnificado. Es evidente, sin embargo, que algo de esa estrategia captura al sujeto en una especie de pasividad y esteriliza cualquier acción sobre la memoria, sus significados y renovaciones.

Si Un lugar llamado Oreja de Perro es, principalmente, una denuncia es porque sus personajes reniegan de lo que ciertos gobiernos, sociedades y personas perpetuan; porque reconocen (y no seccionan) el bloque injurioso de la historia; porque eligen el sentido a la autocomplacencia y el entendimiento responsable al placebo.


AGRADECIMIENTO (o material consultado).

  • Vezzetti, H. (2003). Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Vezzetti, H. (2009). Demanda de Memoria.



ALGUNOS ENLACES QUE PUEDEN INTERESAR AL LECTOR:

3/8/09

"Cuentos Completos " (Flannery O´Connor, 1946-1965)


Desde la portada del libro una chica pálida hasta el vampirismo exige silencio y provoca escalofrío. La impresión aumenta cuando uno lo abre y los ancianos, profetas, niños, campesinos e idiotas que deambulan por sus páginas se convierten (sin sospecharlo ni proponérselo) en lobos para los demás hombres.
Desde este punto de vista, los relatos de Flannery O´Connor pueden interpretarse como una denuncia a la desigualdad impuesta por los juegos del poder. Es cierto que la obra aborda una y otra vez el asunto de la propiedad privada pero no subraya, sin embargo, los privilegios económicos que arrastra, los personajes siempre permanecen fuera del circuito del consumo y del lujo; lo que evidencia es, mas bien, un coctel de creencias burguesas que subordinan al otro bajo un manto moral.
Militantes de un cinismo inocente, infectos por la lógica perversa del “respeto”, el reparto de los cuentos atraen sobre sí las extravagantes relaciones entre el dominio y la benevolencia.
Podría decirse, entonces, que el efecto estremecedor deriva del tropiezo con la reversibilidad de la que están hechos los valores: capaces de promover las mas tiernas acciones a condición de reivindicar la superioridad de su ejecutor. La compasión se delata insuficiente y reclama indemnización; el altruismo nunca satisface y añora egolatría… de allí el carácter trágico del poder… de allí el fracaso de la Redención.

Para mayor y mejor información remitirse a las siguientes páginas:
Contra el lector cansado (Gustavo Martín Garzó)
La buena gente del campo. Flannery O´Connor
Cuentos de una escritora demasiado realista. Flannery O´Connor en dos visiones distintas: con y sin fe (Pedro de Miguel y Francisco Casavella)

24/6/09

"Las Partículas Elementales" (Michel Houellebecq, 1998)




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Sin embargo, Michel Houellebecq trabaja, en esta ocasión, en una zona más extraña, donde el fascismo y el comunismo han interrumpido sus Apocalipsis por razones económicas y contradicciones internas, donde se arraigan las secuelas del Mayo Francés… Y en eso se esconde, tal vez, la clave que distingue Las Partículas Elementales de los relatos de Orwell y Huxley: la política temporal. Houellebecq no imagina el siniestro legado de nuestros gobiernos; representa el individualismo prehistórico de nuestra posteridad.
El marco cronológico de Las Partículas Elementales disuelve, en efecto, el lugar clásico de la auto-alabanza: no hay salvaje, rebelde o neohumano que se entrometa en el futuro para redimir nuestra decencia; no hay profecías maquinales ni apáticas (el hombre no va a salvar al hombre, y ya no importa lo que suceda en La Posibilidad de una Isla).
Estaríamos, pues, ante un texto que agolpa las identificaciones del lector en sus contemporáneos, garantizando su conmoción y empatía, por un lado; la comprobación de sus negligencias, por el otro. El autor manipula, nos promete un nivel de altruismo del que somos incapaces. Por eso, más que la fragilidad, el malestar o la incompetencia (que no faltan en la novela) la gran denuncia houellebecquiana es el cinismo posmoderno.
Sobre un fondo que diviniza la juventud; somete religiones e ideologías al pastiche; convence a las familias de su disfuncionalidad; y mercantiliza todo (sexo y modos de relación incluidos), se recorta el elenco: dos medio hermanos abandonados por su madre (una burguesa arrepentida, sexie y hippie) que se mantienen con vida mas de cuarenta años.
En Bruno y Michel, Houellebecq, además de invertir buena parte de su biografía, invierte el sello depresivo de una cultura a punto de pudrirse. Son seres que se definen por su obsesión (erotomanía y trabajo, respectivamente). No molestan. No introducen cortocircuitos en el sistema. Pero son, también, estados críticos, hay algo en esa modestia, en esos dramas que no tienen consuelo, que se vuelve trágico. Sabemos que la soledad, el frío y el silencio no solo son la medida del ser poscapitalista, sino, primordialmente, de la muerte.
En este sentido, la compasión que sentimos por los personajes más que a emoción suena a estafa, al intento desesperado de canjear sentimiento por esperanza… Se trata de una tautología, somos devueltos, así, a la transacción, al emblema de nuestra decadencia.
Imagino que la curiosidad del lector no podrá frenar sus impulsos de buena información. Recomiendo los siguientes sitios sobre Las Partículas Elementales:


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10/6/09

"Descanso de Caminantes. Diarios íntimos" (Adolfo Bioy Casares, 1975-1989)




No importa lo cerca que estén en el tiempo las entradas de su diario; siempre imaginé a Bioy Casares en blanco y negro. Hasta ahora, el problema había sido apenas un residuo fotográfico; teníamos derecho a desconfiar… Con Descanso de Caminantes, sin embargo, la versión monocromática se esencializa: basta que Bioy describa o nombre algo para que parezca no estar a la moda.
Buscar en la vejez del autor la razón de esta impresión sería, como mínimo, paradójico. Si sus diarios (entre 1975 y 1989) abordan una y otra vez las molestias evolutivas no es para certificar su consumación, sino para negarla (acaso los inventarios de calles, estancias, médicos y marcas ¿no demuestran la lucidez de su memoria?).
La impostura cronológica de Bioy Casares deriva, más bien, de cierta suspensión sobre el mundo: casi nada, comenta Alberto Giordano (2006), adquiere valor de acontecimiento, de aquello “que no puede olvidarse porque todavía no termina de ocurrir” (p.156). La intimidad (no por inconfesable) es sepultada bajo el desapego, y es probable que eso sea condición de lo remoto.
Sólo dos cosas escapan a la anestesia emocional: los sueños y las enfermedades (propias). Dos despotismos biorrítmicos que, curiosamente, coinciden con otra vocación del autor: el narcisismo.
En efecto, además de la tendencia retrógrada, los diarios de Bioy Casares (o la selección de Daniel Martino) son matriz de cierta auto-idolatría, aún cuando el saldo sea el desprestigio del resto de los mortales (niños, esposa, amantes, colegas, pobres) y un bazar de gruñidos.
Conforme a las condiciones, es difícil recomendar la lectura de Descanso de Caminantes, pero si, pese a todo, usted se suscribe a ella, recuerde las pecas y la literatura de su autor, no tardará en reconocer a un personaje de Lewis Carroll que siempre es más infantil y mas viejo de lo que el tiempo exige.

30/5/09

"Menos que Cero" (Bret Easton Ellis, 1985)


Todo sería más fácil sin la dedicatoria. Si la intención descansara sólo en narrar el regreso del estudiante a un mundo anfetamínico y obsceno. Pero el problema no es la ferocidad del discurso. El problema es que Menos que cero es, de algún modo, un libro póstumo.
Tras la muerte, por sobredosis, de su amigo (Joe McGinniss), Ellis busca venganza y monta su versión de los hechos. La hipótesis es sencilla: acorralados por la frivolidad, la riqueza paterna, los trastornos alimenticios y los de sueño, las adicciones, el sexo y la imposibilidad de razonamiento; los adolescentes millonarios deambulan por Los Ángeles como verdaderas bombas de tiempo… El fenómeno necrológico se convierte, así, en una cuestión social; no tanto porque denuncia los monstruos que engendra el consumo, sino porque soborna con la promesa de una dignidad exclusivamente popular. En este sentido, nos emociona con parábolas del tipo: “el opulento nunca conocerá la verdadera riqueza de la vida y, además siempre estará solo…”
Desestimando la simpatía que inspira la revancha social (aún una meramente conceptual), rechazamos el uso intensivo del resentimiento como medio para subestimar al opresor. Creemos que un estereotipo que se demore en la superficialidad del poderoso es, metódicamente, infantil. No olvidamos que, en el campo del poder, aquellos que ocupan un espacio privilegiado abogan por la reproducción social, no por la autodestrucción.
No hay dudas, Ellis tiene talento. Su novela no falla como ficción y, tampoco, como consuelo (en la medida que el consuelo se sustenta en la ficción). Pero sí fracasa como lucha: sostiene una imagen oligofrénica del poder que mantiene, no obstante, la efectividad de su funcionamiento.

25/5/09

"Un descanso verdadero" (Amos Oz, 1982)



El hombre que fue otro


(Notas sobre los personajes centrales de la novela)


Hay una demanda sin la cual al Best-seller le resultaría difícil ser calificado culto en nuestro –tan occidentalizado- hábitat: la plusvalía instructiva. Así todo un rosario de curiosidades sociológicas (historia, geografía, clima, política, costumbres) honra la erudición del público, y exige al autor extranjero asumir su propia rareza.

Pero la excentricidad turística no parece responder aquí a un paladar aventurero, sino inaugurar, multiplicar y, al mismo tiempo, anular un prontuario de otredades acaso no tan clisé como el didáctico.

Los casos clínicos de Amos Oz están hechos de una paradoja, de una esquizofrenia natural, de un canje de devenires…

A lo largo de la primera mitad de la novela, Yonatán Lifschitz no hace más que postergar su fuga. La constancia es tan terca como la de cualquier usuario que reclama al 0-800. El hábito, como mínimo, escrupuloso. Paralizarse en el Km. 0, en esa zona neutra donde nada hay y, sin embargo, todo es posible; donde la inmovilidad da –proclaman los budistas- sensación de libertad; suele ser menos traumático, y más entretenido, que admitir la asincronía entre la vastedad del deseo y el peso de la realidad.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando el método de la atonía comienza a exasperar? Entra en escena (exaltado) Azarías Gitlin: la antítesis perfecta del buen sedentario, el otro… Coincidencia brutal, que, lejos de oponer identidades, pone en funcionamiento una disparatada máquina programada para evitar que alguien salga herido, deje un vacío o se quede con las ganas.

Pero, para que el drama no se disuelva (o para que se active), algo faltaba: la resaca de alquilar vidas ajenas.

En efecto, el paraíso no estalla del otro lado del espejo, se destripa. El prófugo es devuelto, entonces, a su remitente. Y el principio irrumpe sobre el final: ligados, entre otras cosas, por un cordón umbilical de procedencia dudosa[1], los personajes de la historia condensan (tal vez) sus singularidades, comprendiendo (acaso) que esa compulsión por ser distinto no es mas que la reacción instintiva ante el saber que todos sentimos o fingimos sentir lo mismo (amor, soledad, desgano, utopías) y en eso todos nos parecemos.



[1] Rimona está embarazada.

11/5/09

"Chesil Beach" (Ian McEwan, 2007)




Se podrían haber conocido antes. En algún concurso escolar sobre cultura. En 1959, en Trafalgar Scquar, donde coincidieron –ignorándose- junto a otras veinte mil personas decididas a prohibir los bombardeos.

Se podrían haber casado un año después. En 1963, cuando en Inglaterra todos los milagros de la promiscuidad comenzaban a enmohecer la culpa. El tiempo llegó demasiado tarde no sólo para Larkin. Llegó impuntual para Edward y Florence; cuando de su noche de bodas quedaba lo irreparable, la condición trágica de la revolución impensada, la piel sin estreno, el reembolso de los regalos…

A Freud le hubiese sido fácil, o al menos original, otorgar a los personajes de Chesil Beach los prestigios sintomáticos de cualquier victoriano. La reacción, hoy, suena lógica. Hecha a imagen y semejanza del sentido común es, también, interesante.

Quizá al suspender los hechos en un instante-bisagra (1962) McEwan no pretenda campear la moral puritana: sus rituales, sus catástrofes… sino resucitar el costado siniestro de nuestra retrospectiva.

Con siglo y medio de Darwin al ojal y más de cuarenta años de sexo, droga y rock and roll, parece costumbre confundir la posteridad cronológica con superioridad erótica, sanitaria y discursiva. No son sólo juicios amalgamados. Quiero que se entienda bien la situación. Es un acto de respaldo y conformismo: su arte consiste en vanagloriar los tapujos que supimos levantar, las verdades que creímos encontrar… en satisfacernos… en hacernos mejores. Es un gesto a contratiempo, que nada dice de la rebelión de Florence (resistencia que atraviesa tanto el pasado como el presente, y con el que no hace falta estar de acuerdo) y todo, en cambio, de nuestra alineación.

Todo el mundo –occidental- sabe cómo corromper la timidez. Hay películas, prácticas electrónicas o inflables, pastillas, manuales, ratones, zonas desoladas, inmuebles, antiguas profesiones, divanes, ovejas… Lo que se ignora por completo es cómo sortear la saturación de estímulos; cómo clausurar las demandas cosméticas y de consumo; cómo olvidarse de las obligaciones posturales… Cómo hacer de la sexualidad el espacio extra-ceremonial por excelencia: un lugar de intimidad, de pura anarquía, donde la actuación y la moda sean reemplazadas por el desenfreno. Cómo hacer propio un deseo después de dedicar años a expropiarlo. En otras palabras: cómo pensar otras formas de libertad.

¿Por qué burlarnos de Florence? ¿Para conmemorar nuestra esclavitud? ¿Por qué no ver en el respeto por el deseo –propio y ajeno-, en los fundamentos de su amor libre, una voluntad de sublevarse mucho mas honesta que nuestros alardes voluptuosos?



No desconozco que podría haber hecho un comentario mejor. Hablar, por ejemplo, de la diferencia de clases entre los amantes; del amor platónico; de la inexistencia- desprestigio de la adolescencia; de los malentendidos que cambian la vida entera de manera instantánea; del terreno del erotismo como violencia ( al mejor estilo Bataille); o del inevitable desencuentro en el amor y en la comunicación… Pero (¿cuándo no?) me he ido por las ramas y no fui fiel al proyecto de Ian McEwan. Para compensar mis desvíos tal vez sirvan los siguientes sitios web:

· Madame Bovary ha muerto” (entrevista a Jesús Ruiz Mantilla, Babelia)

· Ian McEwan en Chesil Beach” (Eduardo Mendoza, Babelia)

· “Chesil Beach” (Miguel Lodeiro)


1/5/09

"Dietario Voluble" (Enrique Vila-Matas, 2008)


Oda a tus regalos

¿Qué es un “Dietario Voluble”? ¿Un plan alimenticio para turistas? ¿La agenda de una pompa de jabón? ¿Una receta médica? ¿Un nuevo periódico? Son los dilemas que se barajan antes de tropezar con la espalda de Enrique Vila-Matas, o, más bien, con su mano impúdica… Nada conquista tanta confianza como un gesto tamaño íntimo y doméstico. Nada seduce nuestro entusiasmo como las páginas de este libro.
Para que no queden dudas, lo diremos: Dietario Voluble es la celebración sinestésica de la lectura: las palabras saben a piel de naranja; los autores huelen a palmeras; y la vida suena a mosquitos tocando –Be My Baby en- el saxofón… La literatura a Vila-Matas se le mete por los sentidos, y se le escapa por la escritura. Es algo orgánico, radicalmente ilimitado.
Puede que exista un “personaje” Vila-Matas, sólo que no tarda en ser fagocitado por La vida de los otros; que se engalana de todas las condiciones atléticas para lanzarse al exilio, con encarnizada puntualidad, en el instante mismo en que creemos descubrirlo… Lo cierto es que, en este diario, nunca nos encontraremos frente a frente con el autor: ni en la portada, ni en la solapa, ni en su interior… y acaso tampoco importe demasiado. En todo caso, es mejor perderlo que encontrarlo – aquí y no vagando en sus novelas-. En todo caso, las urgencias bien podrían ser otras. Para reconocerlas, basta preguntarnos qué hacemos mientras leemos Dietario Voluble. A saber, subrayamos nombres propios, citas, títulos, ideas, buscando aplacar nuestra ignorancia; o nos regocijamos (no sin pedantería) ante casuales coincidencias en nuestras bibliotecas; y en algún momento, cuando logramos disimular el autoerotismo, somos testigos del milagro polifónico, de la renovación -armónica- de la Torre de Babel: todos hablan (Kafka, Borges, Cortázar, Magri, Casas Ros, Walser, Sebald, etc.); desde la novela hasta el ensayo, pasando por la poesía y la autobiografía, los géneros entran en trance y se solidarizan… Agradecemos la generosidad de su anfitrión y le rogamos nunca dude en regalarnos esta clase de libros.


Siempre será una fiesta encontrarse ciertos sitios acerca de Dietario Voluble, espero que hagan metástasis los siguientes:
• “La persistencia de una tarea” (Sergio González Rodriguez, Suplemento “El Ángel”)
• “El estilo de la Felicidad” (Rodrigo Fresán, Página 12)
• “Antes le daba la espalda al lector, ahora busco ser leído” (Entrevista de Alejandro Belloti, Diario Perfil)
• “Si no sé qué hacer, leo Kafka” (Entrevista de Peio H. Riaño, Público.es)

Y de yapa: “Razones para envidiar a Vila-Matas” (Alan Pauls, Revista “Otra Parte”)

23/4/09

"Mis Dos Mundos" (Sergio Chejfec, 2008)


Todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasear


Mis dos mundos no es el saldo de la nostalgia que suelen destilar los cumpleaños. No es un catálogo de secretos, vanidades o traumas. Tampoco incluye desnudos perversos… En efecto, el autor utiliza el barro de su propia experiencia (no habría manera de –ni razones para- evitarlo), sólo que, esta vez, la medida autobiográfica no es el retroceso prolijo sobre los rieles de la memoria sino la entrega a la magnitud del instante. Nuestro héroe pasea por un parque al sur de Brasil. Ya ha presentado su nuevo libro, ése que genera “seres resentidos y condenados a una equívoca servidumbre” (pág. 19). Aún no logra descifrar la confección formal de las plazas, ni sentir resentimiento judío en territorio alemán. Los mapas tienen, para él, un carácter amenazante y ambiguo. Está solo. Es anónimo, y esquiva la actitud romántica ante el paseo: nunca le revela algo trascendental, nunca le depara sorpresas. Mientras tanto, el tiempo permanece idéntico a sí mismo, tal vez se adensa o se dilata aglutinando relojes que resisten el despotismo diestro, amigos que escribieron libros en conmemoración al aniversario de sus nacimientos, conversaciones franciscanas, y encuentros con uno mismo en el parque… el tiempo es aquí el devenir de la narración: elástico, vertiginoso y tranquilo a la vez… El protagonista sabe que los momentos tienden a clasificarse en pasado y en futuro, intenta subrayar la idea evocando a Borges… aunque Borges también escribió El Aleph, y no puede desconocer que la proliferación discursiva permite que todo los detalles tengan lugar simultáneamente; que en un instante la vida se repliegue sobre sí… que tiempo y espacio sean, simplemente, una mentira… permite que todo suceda ahora… y, ya que inflamo la escritura, yo, por suerte, continúo leyendo cada renglón de Mis dos mundos; y artistas del acontecimiento (como Bellatin o Chejfec) siguen interceptándome para abofetearme de manera criminal, al menos hasta que demuelan el inmueble de la calle Garay o borren del mapa una mancha verde al sur de Brasil.


Si te interesa deleitarte con buenos artículos acerca de “Mis dos mundos” deberías visitar los siguientes sitios:
"La originalidad y el recato" (Beatriz Sarlo, diario Perfil)
“Los caminos de la conciencia narrativa” (Entrevista de Augusto Munaro, diario El Liberal)
“Novelar la experiencia” (Soledad Quereilhac, Suplemento ADN-cultura)

2/4/09

"Perros Héroes" (Mario Bellatin, 2003)


(Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois)



Si los vicios de la razón acorralaran, las condiciones socio-políticas se empalmarían a la ficción; el aura comprometida del subtítulo simula, incluso, patrocinar la consigna. Se diría, por ejemplo, que el hombre inmóvil representa un poder (tan anónimo como carente de utilidad propia) basada en la producción de cuerpos eficientes y entrenados para ejecutar las acciones deseadas como reflejo a señales, a veces, imperceptibles; de esos cuerpos obedientes, se diría, son metáfora los personajes y animales de la trastienda.

Pero cuando se trata de Bellatin los prototipos alegóricos resultan impertinentes; los desperdicios que la teoría no logra digerir se magnifican al grado de anular su coherencia.

Bellatin rompe con el problema del simbolismo y, en más de una ocasión, confiesa su fórmula piloto: “construir mundos propios, universos cerrados que sólo tengan que dar cuenta a la ficción que los sustenta”[1].

La lectura de Perros Héroes merece ser escoltada por esta autarquía: la tribu –hermética, adornada de todas esas terquedades que precisa una visita para desistir- está compuesta por el cuadripléjico, su malhumor y otras pertenencias (una madre, una hermana, un enfermero-entrenador, treinta Pastor Belga Malinois, doce pericos australianos, un ave de cetrería –y los ratones correspondientes a su alimentación-, bolsas de plástico, etc.). Sobre un fondo verde bizarro, cargado de diplomas, láminas de naves espaciales y un mapa de América Latina, parece transcurrir una historia. Por ventura, nuestro artista es también experto en el montaje de flipbooks[2], esos artilugios en forma de libros que contienen, en cada página, una espontánea, y al ser recorridos a rápida velocidad (tal exige la brevedad de estos párrafos) generan la ilusión de movimiento. Pues hay que admitir que; a pesar de la mitología familiar, un par de anécdotas y la leyenda que engendró el interés por los perros; todo es un presente relámpago. Escenas estancadas en el instante buscan pegotearse unas a otras, adherirse a las imágenes del Dossier… y, en el fracaso, reivindican su soberanía, su irreductibilidad, la supresión de las causas y de los efectos. Creo que esa compulsión a la permanencia –eternamente- desarraigada es la potencia Bellatin, eso que atormenta en cada versículo o ícono suyo… eso que resiste a la interpretación.



[1] Extraído de http://luishernancastaneda.blogspot.com/2005/07/las-ciudades-ausentes-de-bellatin.html

[2] Cine de dedo.



24/3/09

"Los Demonios de Loudun" (Aldous Huxley, 1952)


Mujeres al borde de un

Ataque de nervios

(Reflexiones a propósito de las posibilidades históricas y políticas que permiten pensar la posesión demoníaca a lo Aldous Huxley)


1631. Una apacible aldea francesa. Un párroco sensual y culto que no desea confesar a una pandilla ursulina. Un prontuario de soberbias, ambiciones y perversión. Algunos enemigos. Una priora Jeanne enamorada y vengativa. Un batallón de diablitos en los cuerpos de unas monjas. Algunas contorsiones. Algunas palabras sucias. Dos o tres exorcismos. Una denuncia. El mismo cura en un suplicio. Un etcétera arrepentido.

A simple vista, esto se parece al inventario que una comedia negra precisa para arrasar con la taquilla. Pero no. Los hechos y los personajes que pueblan el relato de Huxley (1952) formaron parte de la fantástica realidad.

Todo habría comenzado dos siglos antes; cuando el cristianismo explotó de furor misionero y empezó a tropezarse con sucesos un tanto extraños. Como introducción, la Brujería, para rematarla, la Posesión. Dos fenómenos excluidos de los límites que demarca el conformismo, dos desviaciones, dos sistemas de transgresión[1] frente a la colonización de la Iglesia.

La primera brota entre el siglo XV y el XVI junto a una pasión encarnizada por erradicar las zonas que, desde la Antigüedad, permanecieron anémicas de cristianismo. La segunda, en cambio, debe su escándalo no a la excentricidad sino al interinato: mientras la Brujería puede localizarse en espacios rurales, marítimos y montañosos, la Posesión es ebullición que surge en el seno mismo del campo religioso (en las instituciones eclesiásticas, en las ciudades), allí donde las nuevas tecnologías del Poder Pastoral (examen y dirección de conciencia, obediencia y confesión) insisten en instalar sus mandatos fonéticos.

Prototipo de todas las novelas venezolanas, la posesión cristiana involucra, en un polémico triángulo amoroso[2] – que se multiplica hasta el hartazgo- a los siguientes personajes:

  1. Satán, en el papel del malvado poseedor.
  2. El confesor (director espiritual o guía de conciencia), como el sagrado mediador capaz de fulminar las infecciones diabólicas.
  3. Y, la participación estelar del objeto en disputa, la posesa: una mujer religiosa que un buen día confiesa[3] estar inervada por el Espíritu del Mal y querer resistir sus tentaciones.

Por comodidades arquitectónicas, todos los episodios de la batalla transcurren en un escenario único: el cuerpo de la dama[4], espacio anfetamínico y especialista en todo tipo de alteridades, sobre el que fermentan agitaciones, temblores y descargas motrices.

La carne convulsionada pasa a ser una kermes de atractivos impredecibles (de allí los famosos y educativos exorcismos públicos) con lógicas que parecen soldadas por la paradoja. El cuerpo convulsivo es pura ironía: “es el cuerpo atravesado por el derecho a examen, es el cuerpo sometido a la obligación de la confesión exhaustiva y el cuerpo erizado contra ese derecho y esa obligación (…). Es el cuerpo que opone a la regla de la dirección obediente las grandes sacudidas de la rebelión involuntaria (…). Es el efecto de la resistencia de esta cristianización en el plano de los cuerpos individuales” (Foucault, 1975; pag. 199).

Si alguien se detiene por un segundo en el arrepentimiento del párroco durante el suplicio, en su oportuna humildad; o en las posteriores resurrecciones y milagros aceitosos de la priora Jeanne; todo parece indicar que la labor diabólica sobre el ser humano siempre acaba siendo un minucioso y deliberado equívoco, que en su voluntad de poder se filtra el fracaso, y el tipo termina arraigando, aún más, la Gloria de Dios. Pero la posesión (y sus resacas) se distrae de esta función predeterminada y acaba trabajando en otra dimensión… allí donde se desacredita el gobierno de la carne y no hay forma de amortiguar el golpe.

Es entonces cuando quedan vacantes las fórmulas anticonvulsivantes y el cristianismo se ve arrastrado a filtlear con tres grandes mecanismos empeñados en destripar la resistencia:

  • El primero es un moderador interno que consiste en condimentar la confesión y la dirección de conciencia con un toque de discreción. La proliferación discursiva obligatoria (la sexual) será sometida a maquillajes y vaciamientos estilísticos respecto a aquello mismo que se confiesa; será capturada por el principio de alusión: deberá decirse todo diciendo lo menos posible.
  • El segundo, es la transferencia externa, la que predomina en el discurso de Huxley: Es exactamente en la época de la posesión de Loudun que, en frenesí desculpabilizante, la Iglesia busca separar la carne pecadora de la convulsiva, aislar su campo de acción, purgar sus incidentes hacia otro registro discursivo, el médico (que mas tarde será, a su vez, corroído por el psicoanalítico).

Es verdad que durante los grandes episodios de Brujería los médicos se habían infiltrado en los campos mas influyentes del magistrado, pero, aunque se solidarizaron con el Parlamento y el poder civil, esto no sucedió con el clero. Sin embargo, en el paraíso de la Posesión, donde los miembros de las instituciones religiosas eran esa extraña mezcla de atributos divinos y diabólicos, la misma Iglesia alienta la intervención médica, la reclama, la precisa.

Suerte de salida de emergencia, la medicina asoma sus narices al gobierno de la carne, con toda la prudencia y la versatilidad que le era funcional: se dedica a deducir modos de accionar demonial que encajen, y no desmientan, la existencia de Belcebú. A fuerza de conjeturas humorales, vaporiles y nerviosas, la carne convulsiva logra autonomía e irreductibilidad a las técnicas de la Pastoral Cristiana…se convierte en objeto privilegiado de la medicina y en el estereotipo de la locura[5].

Lenta, aunque firmemente, la medicina irá despegándose del discurso religioso, y a medida que toma distancia, irá fagocitando la órbita creada y organizada por el Poder Pastoral: la carne sexualizada. Respetando el paradójico “tabú” que -supuestamente- siempre pesa sobre ella, la enquistará en el sistema nervioso –foco insomne del instinto y la concupiscencia-.

Pues, hay que admitirlo, el gran boom medicinal sobre la sexualidad empezó por allí, por la necesidad de un control a lo científico.

  • Por último, el mecanismo del transplante de las tecnologías de poder cristianas a nuevos ecosistemas irresistiblemente confesionales, irresistiblemente direccionales e irresistiblemente disciplinarios como un sistema educativo moderno.

Agradecimiento (o Referencias)

  • Comentarios sobre el ensayo de De certeau, M. Las poseídas de Loudun.
  • Foucault, M. (1962). Las desviaciones religiosas y el saber médico. En La vida de los hombres infames. La Plata: Altamira. (Varela, J. & Álvarez, Uría, F. trad., pag. 13- 20)
  • Foucault, M. (1975). Seminario: los anormales (Pons,H. Trad.). Buenos Aires: Fondo de cultura económica.
  • Huxley, A. (1952). Los Demonios de Loudun. Buenos Aires: Sudamericana.
  • Kramer, H. & Sprenger, J. (1448). El martillo de las brujas (Maza, F. trad.).



[1] “El sistema de transgresión (…) no coincide con lo ilegal o lo criminal, ni con lo revolucionario, ni con lo monstruoso o anormal, ni tampoco con el conjunto compuesto por la suma de todas sus formas de desviación, sino que cada uno de los términos lo designa al menos tangencialmente y , en ocasiones, permite reflejar en parte ese sistema que es, para todas las desviaciones, y para conferirles sentidos, su condición misma de posibilidad y de aparición histórica” (Foucault, 1962, Pag. 13)

[2] En cambio la Brujería suponía una regla de dos simple regulada por contrato.

[3] A diferencia de la bruja, la poseída no es una mala cristiana que debe ser denunciada, sino una fiel cristiana que espontáneamente admite relaciones con Belcebú.

[4] Satán gusta poseer espíritus débiles de voluntad y piedad, pues son más fáciles de convencer y manipular. En el puesto número uno del Top Tres de sus preferencias se encuentran las mujeres: porque “son más crédulas; y como el principal objetivo del demonio es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas (…). La segunda razón es que, por naturaleza, las mujeres son más impresionables y más prontas a recibir la influencia de un espíritu descarnado (…). La tercera razón es que tienen una lengua móvil, y son incapaces de ocultar a sus congéneres las cosas que conocen por malas artes y como son débiles, encuentran una manera fácil y secreta de reivindicarse por medio de la brujería (…). Pero la raz´n natural es que es más carnal que el hombre (…) (La palabra) Fémina proviene de Fe y minus, ya que es muy débil para mantener y conservar la fe.” (Kramer & Sprenger, 1448)

Le siguen en el ranking los melancólicos y, por último, los insensatos.

[5] Más tarde lo será de la histeria inaugural del psicoanálisis, y hablando del asunto, se aprovecha la ocasión para subrayar la herencia diabólica en los conceptos de instintos e inconscientes con los cuales Huxley suele machacar durante todo su ensayo.