El gabinete del Doctor
Caligari (1920), la
película expresionista por excelencia, no tiene antecedentes clínicos, tiene un
prontuario. Está inscripto en la -pana nosotros feliz- confluencia de síntomas sociales de
posguerra, y en el intento de desbloqueo con que las productoras
alemanas batallaban en el mercado cinematográfico mundial, por supuesto, pero también en
trastornos bien personales:
. Los
de Hans Janowitz, que una tarde de 1913, andaba (como flechado) persiguiendo la
risa de una muchacha por las ferias de Hamburgo, y al día siguiente la supone
víctima de los crímenes sexuales que escandalizaban, por ese entonces, a la
ciudad; se acerca al funeral e intuye reconocer a y ser reconocido por el
asesino (presunto propietario de la sombra común – de burgués- que lo separó de
la chica). Que además, siendo checo criado en Praga, fue a la Guerra como
oficial de infantería y volvió como pacifista indignado con las autoridades que
empujaban a millones a la muerte.
Los
de Carl Mayer (el austríaco al que encontraremos a menudo si hablamos de
expresionismo) cuyo padre -un rico comerciante venido a menos por la obsesión
de hacer más dinero con un método científico, en los casinos- se suicida, pero antes, cuando Mayer tenía 16 , hecha de casa a sus cuatro hijos, debiendo el mayor (Carl) hacerse
cargo de los pequeños, vender barómetros por toda Austria y soportar los exámenes
mentales con que lo acosaban los psiquiatras militares encargados de su “caso”.
Eso no le impidió, sin embargo, explorar distintas ramas del teatro y la poesía
ni compartir ideas revolucionarias con su amigo (Janowitz) mientras paseaban
por ferias con freaks (mitad hombres, mitad, máquinas) que hacen milagros de
fuerza y presagian futuros en una especie de trance hipnótico; ni escribir con
él guiones de cine para protestar contra gobiernos autoritarios que obligan a
sus ciudadanos a hacer el servicio militar, que enseñan a matar y a morir.
Los
de Erick Pommer, el miembro de la Decla- Bioscop, que obstinado en conquistar
mercados extranjeros con espectáculos de cine estéticamente cualificados,
acepta el proyecto.
Los
de Fritz Lang, que algo más conforme, rechaza dirigir un film contra gubernamental.
Los
de Robert Wiene, de padre actor y luego loco, que también disconforme con las
quejas del argumento agrega una vuelta de tuerca en tres escenas (dos al
comienzo y una al final) que altera rotundamente la trama y las intenciones de
la historia original.
Y
los de unas grabaciones rodadas 100% en el interior de un estudio de escaso cupo eléctrico que terminó por sugerir a los escenógrafos pintar los escenarios y los juegos de luces para ambientar
los relatos.
En
rigor, de ese contraste (al decir de Kracauer, 1947) entre la tiranía y el caos
anárquico nace El gabinete del Doctor
Caligari. La historia de un presentador de feria que comparece ante las
oficinas municipales y es tratado altaneramente por un funcionario que, al día
siguiente, aparece muerto en su habitación mientras la gente (entre ella Francis
y Alan, los dos enamorados de Jane) disfruta de los entretenimientos de la
feria y merodean la carpa donde el Doctor Caligari presenta a Césare, un
sonámbulo que se levanta lentamente de su ataúd para predecir la suerte de los
concurrentes y le dice a Alan que esa misma noche morirá: cosa que
efectivamente sucede (vemos en las sombras) bajo el mismo modus operandi en que ocurrió lo del funcionario.
De
ahí en más Wiene sigue de cerca a Francis en el itinerario que lo lleva a
confirmar sus sospechas: Césare es un asesino serial e hipnótico que actúa bajo las
órdenes del bizarro Caligari; y estando pronta la muerte de su amada, la
policía lo descubre, el sonámbulo perece fatigado por cargar a Jane, ella se
salva, Caligari huye colina arriba hacia un manicomio del que resulta ser el
director… y ese, ese es el eslabón con que Wiene da vuelta como una media la
lógica de la narración: todo lo antes proyectado es el delirio de un loco que
justifica, entre otras cosas, los extravagantes decorados y vanagloría la
bondad de un sistema psiquiátrico que ahora, entendiendo las alucinaciones de Francis, ya podrá curarlo.
Les dejo el link para que disfruten:
Fuente:
Kraucaer,
S. (1947). De Caligari a Hitler. Historia Psicológica del cine alemán . Editorial
Paidós: Barcelona