Un
científico famoso (Hansen) y su asistente (Rodin) fabrican hombre artificial de
brillante intelecto y voluntad, que donde quiera que escape (aún en los países
más lejanos) la gente reconoce como “Homunculus, el hombre sin alma, el
servidor del diablo, un monstruo”. Consecuencia del desprecio y del horror
social es el sentimiento de inferioridad y la soledad y el único sistema de defensa
confiable, siempre que se la planeé estratégicamente, es la venganza más
violenta.
Filmada
en 1916, cuando Hitler apenas tenía unos 17 años y la Primera Guerra Mundial
todavía no había terminado, Homunculus puede
leerse en clave profética, como un presagio a escala supranatural del horror
que se extenderá por el mundo entero, pocos años más tarde. Porque la furia que
sucede después que asesinan a su perro es algo que ni su único “amigo”, Rodin,
puede evitar: disfrazado de obrero, incita a las masas a la huelga, lo que le
permite que él, el dictador, las aplaste sin piedad. Finalmente, precipita una
guerra mundial. Su existencia monstruosa es tronchada nada menos que por un
rayo” (Kracauer, 1947, pág. 38)
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