Como todas las cosas
que se llaman Fausto (incluyendo los perros y los niños) el film de Murnau
(1926) confirma la sentencia que Goethe hizo novela (1906-1932): absolutamente
nada ni nadie puede resistirse, al menos una vez, al Mal.
Filmada en un impecable
Blanco y Negro, por sumas que superan el millón de marcos y los dos años de
rodaje, la película cuenta cómo un viejo alquimista vende su alma al diablo
(primero para salvar su aldea de la peste, después por placeres terrenales,
entre los cuales se encuentra la juventud eterna): es traicionado por el
usuario (que lo empuja a asesinar a su cuñado) y finalmente salvado por esa
mujer (a la que - por vuelos de placer y evasión de responsabilidades
judiciales- había abandonado,
embarazada; obligándola a vagar por ahí hasta que, acusada por la muerte de su
hijo, es condenada a la hoguera) de quien Fausto está tan perdidamente
enamorado que es capaz de morir abraz/sado a ella. Desenlace antídoto, después
de todo, que demuestra que el amor es el único acto en que una persona entrega
a otra, de una vez y para siempre, su alma entera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario