11/7/16

LOS NIBELUNGOS (Fritz Lang, 1924) Spoiler


De todos los ingenios cinematográficos que el dúo Lang- Von Harbou fue mientras duró su matrimonio, éste es quizá el más monumental y nacionalista. Versión más que libre del Cantar de los Nibelungos, el film acentúa cómo las pasiones, los instintos y las culpas primeras determinan la sanción final.
Sigfrido (el lampiño que sabe forjar espadas y lidiar con dragones de sangre eternizante y con reyes enanos y maldicientes que se llaman Albericos) aspira a casarse con la hermana del rey Gunther, la preciosa Crimilda. La perspectiva es prometedora pero antes recibe un encargo maquinado por el confidente del rey (Hagen): ayudar a su futuro cuñado a conquistar a Brunilda, una mujer que parece de lo más indomable. Sigfrido, que tiene una caperuza mágica, ejecuta su misión de manera eficiente pero como una discreción tan frágil que Brunilda no tarda en enterarse del pacto y exige, para compensar su enojo, la muerte de Sigfrido. Encantado, Hagen va en busca de su cabeza (o más bien del hombro que no fue tocado- gracias a la hoja de un árbol- por la sangre del dragón) y lo asesina. Fin de la primera parte.
Habiendo jurado venganza por la muerte de su amado, Crimilda – ahora más fría y feroz que la misma Brunilda- se casa con Atila, recluta a sus recién adquiridos, salvajes y brutos súbitos (los hunos) y al mejor estilo Yiya Murano, invita a su hermano y a su fiel servidos Hagel a que la visiten. Lo que sigue es la emboscada, la batalla, la espada –ya- de Crimilda decapitando a sus enemigos (en una escena de la cual hasta Quenquín Tarantino debe resentirse)  hasta que absolutamente todos los personajes caen muertos.

Los Nibelungos es un largo (muy largo)metraje épicamente trágico y es también un ensayo extraño e intuitivo sobre un destino inexorable que -con la barbarie puesta en filas simétricas- resucita toda su gloria en un suntuoso y sangriento acto homicida pero también suicida.

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